El ruiseñor, el amor y la muerte: primeras sensaciones

El Indio vuelve a extender el trazo de su pluma por éstos días en los cuales su arte cae con la promesa de comprender y, al menos, mitigar algo del dolor que viene exhibiendo la realidad. Vigencia y aplomo en un disco tan necesario como impactante.


Por Martín Acosta | Hay como una bruma intensa que perturba los días de un buen tiempo a ésta parte, se sofocan los estados de ánimo en las condiciones a las que está expuesto nuestro lienzo, cuyos colores se nos puede dificultar distinguir y apreciar. Es entonces que nos hace falta nuestro artista con su arte materializado en obra, en relatos como pinturas en las que entramos todos y todas bajo la forma canción.

Ahí está. Hay muerte y hay amor, y está también la advertencia de un extraño peligro que nos acecha y nos quiere quebrar. Se trata además, y tal vez, de una especie de despedida que envuelve toda la obra con el encanto de ese dulce dolor que (sabemos) sólo tienen las despedidas, aunque sepamos que no es tal. Late su voz cuando la crea, como inaugurando una clase de pacto en la escucha, uno que bien puede venir a reforzar esa emoción con la que se teje la red de representaciones entre el artista y la sociedad que lo contiene.

Hay entonces un ruiseñor, un ave rara que pese a la finitud de su jaula parece no perder la maña de sentir e interpretar las vidas de las almas concretas que pueblan los días y sus instantes. Almas que, al fín, deambulan muchas veces a los tumbos con la feliz condición de ser desde siempre alimento para la voracidad expresiva del ruiseñor, acostumbrado a fichar primero y cantar después.

Se multiplican por tanto las voces en el callejón de los milagros, y quizá aquel efecto se deba a que en éste disco cabemos todos y todas con nuestras diversas historias. Hay por lo tanto rock, esa misteriosa química cultural que nos hermana donde sea y que solía reunirnos de a decenas de miles sin importar el lugar. Otra experiencia que nuestro artista también transitó.

Hay tierra también, suena a disco terrenal, como si un andamiaje de ideas y palabras claras fueran los cimientos que sostienen la fuerza de un ruiseñor que canta sus duelos y alegrías entre el amor y la muerte. Hay después de todo un tipo que canta que su dolor más puro es haber sido tan feliz.

Abundan los cuadros en éste álbum, algunos se suponen autorreferenciales y otros quizás más panorámicos. Nos topamos así con la magia del tío Alberto, para con quien el artista parece sentir aquello que muchos y muchas sienten para con él, como si se tratara de un parecido reversible, unos más entre los tantos que pueblan sus discos y nos permiten intuir o sospechar que Indio algo ve, asocia, y entiende.

Hay Fundamentalistas del Aire Acondicionado como si se tratase de una horda extasiada de sonidos impecables, precisos, exquisitos; lucen en sus ritmos la joya de la voz que los reúne otra vez. Hay rituales, presencias y ausencias de espíritu pagano que, estando o no, cubren con su manto todo el disco, como una constante sensación.

El rocanrol es a su manera, como se le antoje, y eso está ya de hace largos años muy claro, porque si hay algo que se comprueba disco a disco es que el artista no solo los hace bien distintos uno de otro, sino que además los hace dialogar en una deriva de rock que suena e invita a bailar, a cantar, y a jugar relacionándolos.

Hay una proclama y es la moda no es vanguardia, un “cross arltiano” al mentón de los gusanos, un golpe seco sobre el cristal opaco en el que se espeja esa vida que solo sirve si se la puede mostrar, configurada como una galería infinita de fotos todas iguales e inexpresivas. Hay una alegría que va y viene y que convoca a disfrutar de los sonidos, de las letras y la ironía, de la ausencia de infierno, de la música porque sí, de la risa porque sí, de la ciudad y de la noche porque también encandilados.

Hay también una perfecta melancolía con suite en el Ostende Hotel, se pasea justa y elegante al abrigo de las palabras con las que el artista la recrea. Su voz brinda textura a la indestructible felicidad de poder tras la tormenta recordar. Recordar y sanar, llorando o riendo a través de las danzas invencibles que nos propone un tipo que deja la piel como si no se quisiera ir, un tipo que se quiere quedar, después de todo, un tipo que se va a quedar.

Hay también un gesto, una presentación en Big Bang, programa de radio que conduce Marcelo Figueras en FM La Patriada desde La Paternal, ciclo radial con el cual el artista colabora desde hace un tiempo y eligió para la presentación exclusiva de su obra. Un artista que en su gesto pareciera decir “yo estoy acá”.

Hay un objeto, un disco, un álbum material. Un soporte repleto de pistas y arte que nos queda por transitar y relacionar. Rastros de sus maestros, sus influencias, de las palabras y los apellidos que lo cobijaron. Están presentes sus padres, pedazos de un recuerdo que el artista decide dejar ver y compartir. Estamos nosotros y nosotras ante la amable tarea de descubrir éste disco y jugar a escribirlo y contarlo cada vez, porque otra particularidad de los trabajos de Indio también se hace presente aquí, y es que siempre el sentido puede variar o mutar con cada escucha.

Hay por último otra subjetiva e irrelevante particularidad de cara a usted que nos está leyendo, y es otra vez ese bendito último tema con los que el artista pareciera animarse a jugar, a experimentar aún más, a combinar sonidos que se hacen presentes, en ésta oportunidad, como influencias de otros artistas que da mucho placer y orgullo encontrar. Gracias Indio, lo hiciste otra vez.
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